A Xavier Canet le tocó dar el tiro de gracia a Derbi. Él fue quien apretó el pulsador que paró para siempre la cadena de montaje de la fábrica de motos de Martorelles (Barcelona). Sus compañeros lo escogieron por sus 35 años deambulando por la planta, convertido en el segundo empleado más veterano en la cadena de montaje. “Si no lo hizo el más viejo es porque es muy tímido”, explica Canet desde el teléfono de su casa, a un escaso kilómetro de su centro de trabajo. Ahora está de vacaciones, pero el próximo miércoles volverá a la fábrica a buscar el finiquito y su vida allí habrá acabado. Como él, otros 97 compañeros. Solo un pequeño retén de una veintena de personas seguirá temporalmente en las instalaciones para desmantelarlas. “Aún no lo he asimilado, aquel día lloramos todos”. Todos recordarán la última moto que salió de Martorelles en dirección a Escandinavia, con el bastidor firmado por toda la plantilla.
Desde el mediodía de aquel viernes 22 de marzo de 2013, de la mítica marca española de motocicletas apenas queda un stock de motos por vender y 92 años de historia. Piaggio, la propietaria de Derbi desde 2001, ha acabado de dar la estocada a la industria de las dos ruedas en España, tras deambular como un zombi y perder en los últimos años las fábricas de Honda y Yamaha.
“Era la crónica de una muerte anunciada” señala Albert Adami, uno de los nietos del fundador de Derbi (Derivados de Bicicletas), Simeó Rabasa, quien subraya que “la familia vivía como una tragedia la posibilidad del cierre de una planta que era como una gran familia” y denuncia que la muerte de la marca también obedece a una apuesta de las Administraciones por crear un modelo económico basado en el turismo y los servicios.
Hace 15 años, los dueños de siempre, la familia Rabasa, intentaron que Derbi fabricara en China para convertirla en una multinacional. La apuesta fue una auténtica desventura. Poco después, en 1998, la familia tuvo que asumir la entrada del fondo de capital riesgo Mercapital para aportar liquidez al grupo. Y solo tres años después la tercera generación vendía la compañía y la dejaba en manos de la italiana Piaggio, un socio industrial que era a ojos de todos el único salvavidas del fabricante catalán.
“Los italianos llegaron con ideas revolucionarias y recuerdo que el consejero delegado italiano que vino (Leo Mercanti) nos dijo que Derbi era un caballo de carreras al que no se le había dado de comer durante años”, explica Francisco Cornejo, un de los representantes sindicales de entonces. La revolución duró poco. Hasta que Piaggio compró también Aprilia unos años después. A los pocos meses Derbi dejó de fabricar el motor de sus motocicletas, su corazón. Se apostó por construir el modelo Mulhacén, de gran cilindrada, que entraba en colisión con una historia dedicada a las motos de reducido cubicaje. Y con la crisis de 2007 las inversiones cayeron a la mínima expresión. Piaggio comunicó finalmente hace un año el cierre total de la planta.
Derbi no aguantó el último envite. Hasta entonces los había soportado todos. Había sobrevivido con motocicletas de pequeña cilindrada mientras que sus competidores españoles se encargaban de hacer otras más grandes. La llegada del Seat 600 arrastró a la ruina a 190 fábricas de motos, pero Derbi sobrevivió porque, al fin y al cabo, llevaba siendo el 600 de las motos. Y ya en los ochenta, con la entrada de las grandes marcas japonesas, Sanglas y Ossa también cayeron. Derbi, que vendía motos utilitarias por el equivalente a tres salarios pasó inadvertida. “Sin saberlo eran unos pioneros del low cost”, señala Estanislau Soler, del Museo de la Moto.
Ahora, con la irrupción de las motos asiáticas baratas, no ha habido nada que hacer. De nada sirvió una historia basada en la máxima “para triunfar hay que aprender a ser segundo”, afirmación que el segundo presidente en la historia de la compañía, Andreu Rabasa, dejó plasmada en una entrevista en La Vanguardia.
En poco se ha quedado también el poder que la compañía había llegado a tener en los ministerios y en la Generalitat, cuando llegó a conseguir en 1995 la supresión del impuesto de matriculación para las motos con una cilindrada inferior a los 125 centímetros cúbicos ante el cabreo monumental de la competencia. “La entrada de empresas japonesas para producir en España fue en un principio mal asimilada por Derbi”, admite Jorge Lasheras, exresponsable de Yamaha en España. “La primera reacción fue interponer defensas contra los japoneses, intentando blindar el mercado de ciclomotores en España”, explica el ahora directivo de De Pasqual & Marzo Abogados.
Andreu Rabasa, defensor del nacionalismo empresarial, se resistía a hacer lo que llevaba años haciendo en los circuitos de carreras: competir. Y eso que se le daba bien. Fue allí donde la marca se ganó el sobrenombre de las balas rojas y, sobre todo, 18 campeonatos mundiales.
Vía: Dani Cordero Economía/El País.com