Monday, December 5, 2011
MERKEL
MERKEL
Ha sido declarada la mujer más poderosa del mundo por la revista `Forbes´. Sin embargo, hace 20 años ni sus compañeros de partido daban un duro por ella. La tachaban de provinciana y monjil. ¿Quién es esta mujer que tiene en vilo a Europa y cuya psicología sorprende hasta a sus propios compatriotas?
La comparan con la esfinge. Inescrutable como un lago helado del que no se fondo ¿Guardiana del euro o ángel exterminador del sueño europeo? El libro `Así espero hacerlo con la ayuda de Dios´, que recoge sus reglexiones más íntimas, arrasa en Alemania y ofrece novedosas claves para entenderla.
«Me está destruyendo Europa», clama el anciano Helmut Kohl ante la cicatería de su discípula como estadista. Cree que no está a la altura de esta encrucijada histórica. «A la hora de la verdad soy valiente. Pero tardo bastante en calentar motores», se defiende ella. ¿Quién es esta mujer -la más poderosa del mundo, según Forbes- que tiene en sus manos el destino de 500 millones de europeos?
Lleva 20 años en política, pero nadie la conoce. A los alemanes les fascina y devoran cada biografía que se publica sobre ella, elaboradas con los pocos retazos que se conocen sobre su vida. Lugares comunes, casi siempre. Con una excepción: So wahr mir Gott helfe, de Volker Resing, editorial St. Benno (el título evoca un juramento: Así espero hacerlo, con la ayuda de Dios). Un libro que recoge retazos de una conversación íntima con la canciller y en el que se indaga sobre uno de los puntos más desconocidos de la política: cómo su visión religiosa impregna su carácter. «La fe en Dios me facilita muchas decisiones políticas», reconoce Angela Merkel. Al fin y al cabo, es hija de un estricto pastor protestante, Horst Kasner, que pasó su vida predicando en la comunista y atea RDA. Kasner murió en septiembre a los 85 años. Su hija lo lloró en la más estricta intimidad.
Angela Dorothea Kasner nace en Hamburgo el 17 de julio de 1954. Por entonces, su padre era estudiante de Teología y su madre, profesora de latín. Pocas semanas después del parto, al padre lo trasladan de `misionero´ a la Alemania del Este, donde faltaban pastores. Se mudan a Templin, a una hora en coche de Berlín. Horst Kasner dirige una escuela pastoral para teólogos evangélicos. La casa familiar era también sede del seminario. En el sótano se encontraban las aulas; la familia vivía en el primer piso y los religiosos, en la buhardilla. En la casa de los Kasner había libros prohibidos por el régimen. Debido a una obra de Andrei Sajarov, la Stasi tuvo bajo vigilancia a los teólogos.
La actual canciller vivió su infancia y juventud en una isla cristiana inmersa en un mar socialista. Junto a su casa estaba la granja Walhof, una residencia para discapacitados gestionada por los evangélicos y que permitía autoabastecerse a la comunidad. Para hablar de las raíces de Angela Merkel, se deben mencionar tres experiencias vitales: el seminario, su experiencia en el trato con discapacitados y el amor por la agricultura y la naturaleza. Y todo esto en el contexto de la dictadura prusiano-estalinista. Ella reconoce que su primer maestro vital fue el jardinero de la granja. Y lo evoca con nostalgia. «Aquel hombre robusto, mayor, me transmitía confianza, una gran paz. Siempre tenía tiempo, era lo que más me gustaba, pues mi madre no siempre lo tenía y mi padre, casi nunca. Pero este hombre, que trabajaba mucho, siempre encontraba un hueco para mí. De él aprendí a hablar con los discapacitados. Era una atmósfera cálida, llena de confianza, buena, en la que se me permitía comer zanahorias manchadas de tierra, en la que podía haraganear, en la que una vez incluso me dejaron probar un trago de té negro».
Su padre, disciplinado y protestante estricto, también fue uno de sus modelos. «Siempre tenía mucho trabajo; a veces lo alejaba de sus obligaciones familiares. Era muy exigente. Y de pequeña no era fácil conseguir que todo estuviera perfecto». El jardín de la granja era su vía de escape del mundo paterno, relacionado siempre con lucha y disciplina, con política y verdades teológicas. Con el tiempo, Angela sería la mejor alumna de la escuela, ganadora de concursos escolares de ruso y matemáticas, pero siempre una marginada por ser la hija del pastor, a pesar de que prestaba los apuntes a sus compañeros. «Tenéis que ser mejores que los demás; si no, nunca os permitirán estudiar». Con esta frase su madre despedía cada mañana a sus hijos cuando salían de casa. «Como mi padre era clérigo, los niños teníamos una relación muy natural con la Iglesia. Éramos cristianos, pero sin alardes. Formaba parte de nuestra vida. Recibimos el Evangelio como la leche materna». A las seis tocaban las campanas de la granja y los niños Kasner -Angela es la mayor de tres hermanos- iban a cenar. «Bendecíamos la mesa».
La construcción del Muro de Berlín en 1961 fue un trauma. Angela tenía entonces siete años. Aquel día de agosto el padre decía misa cuando Herlind, su mujer, se sentó en un banco de la iglesia y se echó a llorar. La familia tardó 23 años en obtener permiso para viajar al oeste: fueron al entierro de la abuela materna.
En los años 60, algunos compañeros de clase de Angela iban a catequesis. La hostilidad hacia la Iglesia y el encarcelamiento de sacerdotes habían remitido. Pero la catequesis seguía siendo una opción minoritaria. «Desde mi juventud supe que mi fe me hacía seguir un rumbo rechazado por el Estado y la mayoría de la población. La fe me enseñó que nadar a contracorriente puede ser lo adecuado». La desconfianza es una de las vigas maestras de su personalidad. Y se debe a la necesidad de llevar una doble vida bajo el férreo control estatal.
A los seminarios de su padre acudían intelectuales protestantes. En ellos se hablaba de la `tercera vía´, un socialismo con rostro humano, pero también de la teología de la liberación latinoamericana. Esas conversaciones en la mesa de la cocina fueron la primera papilla intelectual de la canciller. Desde pequeña aprendió a resistir frente al aparato ideológico del exterior. Su padre le inculcó una afilada racionalidad. El pensamiento lógico y la argumentación como antídoto contra la propaganda y las mentiras del Partido. «Mi padre le daba un gran valor a la fuerza lógica, a la claridad de los argumentos».
Termina la secundaria con una media de sobresaliente y en 1973 se traslada a Leipzig, donde comienza sus estudios de Física en la universidad Karl Marx. «Elegí Leipzig y no Berlín porque necesitaba alejarme de casa». No era su asignatura favorita, pero influyó que las ciencias fuesen un territorio seguro para los espíritus críticos con la dictadura. No se libró de afiliarse a las juventudes comunistas, requisito para estudiar. Niega que se ocupase de la propaganda, aunque reconoce que se lo pasó muy bien organizando funciones de teatro. Demasiado anodina para ser actriz, era la que repartía las entradas. «Fue una época hermosa, aunque es muy complicado entender desde el presente cómo vivíamos entonces», recuerda.
Se enamora de un compañero de facultad, Ulrich Merkel, con el que se casa por la Iglesia en 1977. Angela tenía 23 años. Se licencian un año más tarde y viven en Berlín en un piso de diez metros cuadrados. Se divorcian a los cuatro años. «Por supuesto que me casé enamorada. Planeábamos un futuro juntos. Pero en la RDA solo te daban casa y trabajo en el mismo lugar si estabas casado. Eso acortó la fase de prueba que tiene toda relación». De su primer matrimonio -dice- solo se lleva la lavadora y el apellido de su marido, que todavía conserva. En 1986, Merkel se doctoró en Física con una tesis titulada Investigación de las reacciones de desintegración con ruptura de enlace y cálculo de las constantes de velocidad basadas en métodos químicos, cuánticos y estadísticos en hidrocarburos simples. «Siempre he querido tener poder... Es mi naturaleza. Antes, sobre las moléculas; ahora, en política», declaró en una entrevista en vísperas de ser canciller.
Pero su carrera política es tardía. En los 80 acude a algunas conferencias de la naciente oposición al régimen, pero no se involucra. Su trabajo en la Academia de Ciencias de Berlín la absorbe. Un colega reclutado por la Stasi la espía: «Sus relaciones sentimentales no suelen durar más de seis meses», se lee en su ficha. «Su padre recibe paquetes de comida y vestidos del oeste», añade el soplón, después de acompañarla en una visita a la casa familiar. No participa en las manifestaciones que culminan en la caída del Muro, en 1989. Ese histórico 9 de noviembre va a una sauna, toma una cerveza, cruza al oeste para dar un paseo, entra en una casa donde llama a su tía de Hamburgo y vuelve al este «porque al día siguiente tenía que ir temprano a trabajar».
De repente, se lanza «a la búsqueda de partido», según sus palabras. Y se afilia a la CDU oriental (Unión Demócrata Cristiana), donde su carrera es meteórica. Ministra y portavoz del Gabinete elegido en las primeras elecciones libres al Parlamento de la RDA en 1990, presidenta del partido en 1991. Pero sus compañeros no la arropan. La subestiman. Se presenta a las primeras elecciones conjuntas al Bundestag y sale diputada. La siguen ninguneando. Dicen que es `la chica de Kohl´, su mentor, el artífice de la reunificación y más tarde el visionario de la Europa de la moneda única junto con Mitterrand. Una simplona oriental. Una `ossi´ provinciana y monjil. Ese sambenito favoreció su carrera de modo similar a la tartamudez que salvó al romano Claudio del asesinato hasta alcanzar la toga púrpura de emperador.
Las burlas de sus compañeros de partido hicieron mella. Decían que era poco profesional y bisoña. Angela se blindó. Esta afirmación es válida para asuntos privados y para cuestiones de fe. Una vez dijo que a una isla desierta se llevaría una Biblia. Para matizar esa impresión tan religiosa, añadió que no le vendrían mal un móvil, una vela y un cuchillo.
A pesar de su aspecto inofensivo, demostró que podía ser implacable. «Si se tira a Merkel a una piscina llena de pirañas, al poco tiempo solo flotarán en el agua las espinas de las pirañas», dijeron de ella. Alcanzó la Secretaría General. Con el escándalo de los donativos ilegales al partido, que arrastró a la cúpula, llegó su hora. Ella misma le dio el tiro de gracia a Kohl, su gran amigo, publicando un artículo demoledor que acabó con su carrera. Fue una cuestión moral. No soporta la corrupción ni el engaño. Da igual que sea su valedor o el Gobierno griego con las cuentas. Merkel se hizo con las riendas de la CDU y en 2005 logra la Cancillería. La primera mujer que preside Alemania. Su popularidad se dispara en el Mundial de Fútbol, cuando celebra los goles de su selección en el palco con un júbilo que demuestra que no es tan seria como parece, aunque odie que Sarkozy le dé dos besos cuando la saluda y suele rehuir cualquier muestra de cariño en público, ni siquiera con su segundo marido, Joachim Sauer, catedrático de Química. Se casaron en 1998. Esta vez por lo civil y casi en secreto. No adoptó su apellido porque sauer significa ‘agrio’. No tienen hijos. Poco ha trascendido de su vida privada. Su marido se encarga de hacer la compra mientras que ella escribe la lista. A Angela le gusta guisar y la repostería. Su especialidad es la tarta de ciruelas. Antes invitaba a la gente a cenar a casa. Los fines de semana le gusta irse a su dacha en Uckermark. Desde que es canciller, apenas nada ya en el lago. No se deja fotografiar en sus vacaciones. Le gusta cantar. Pero ya solo lo hace en las ceremonias religiosas. Salmos y villancicos. Sus críticos dicen que titubea, que trata de decidir lo más tarde posible. Que no arriesga y solo leva anclas cuando todos los demás han marcado ya su propio rumbo y son predecibles. Por el contrario, en su entorno vaticinan que algún día se reconocerá su carácter visionario, que por supuesto que tiene sus propias ideas, pero solo las hace públicas cuando la probabilidad de que pueda imponerse es muy alta. Los países periféricos se quejan de que barre para casa y que Alemania se está financiando a costa de la ruina de los demás. «Haraganes», los llamó. Más que por congraciarse con su electorado, por puro convencimiento calvinista. Además, Alemania lleva una década apretándose el cinturón. Tampoco tiene ningún empacho en darle una colleja verbal a Obama por criticarla, mientras que él aún no se ha atrevido a meter en vereda a Wall Street. ¿Pondrá al Banco Central Europeo a ‘fabricar’ eurobonos? Habrá que convencerla. Con argumentos claros, como hacía su padre. Si ella cree que tiene razón, no le importa ir a contracorriente. «Gracias a la fe he aprendido que puede ser correcto pensar de manera diferente a los demás. Esto me ayuda en unos tiempos en los que todo parece darle igual a todo el mundo, porque lo cierto es que no todo es igual.
Via:Finanzas.com
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